Uno de los desafíos más complejos presentes en la sociedad es la lucha contra el estigma en relación con la salud mental. Aunque actualmente se ha intentado informar y quitar estos estigmas, ya que las condiciones de salud mental son muy comunes en todo el mundo, las personas que viven con ellas frecuentemente llegan a experimentar discriminación y son tratadas de manera diferente por estar diagnosticado con algún trastorno, estar medicados e incluso asistir a terapia. Llega a existir miedo, incomprensión y prejuicios que contribuyen al estigma y a la exclusión social de las personas que viven con condiciones de salud mental. Puede ocurrir con los amigos, compañeros de trabajo, miembros de la familia, conocidos y en todos los ámbitos en donde se desenvuelve la persona. El estigma en salud mental se interpone e impide que las personas busquen y obtengan la ayuda y la atención que necesitan en el camino a la recuperación. Las repercusiones de no detectar y tratar un problema de salud mental a tiempo pueden ser muy severas, afectando a la salud general y acabar derivando en una condición discapacitante (Wainberg et al., 2017, como se citó en Rodríguez y Antolín, 2020).
Algunos conceptos básicos sobre estigma y actitudes sociales
La estigmatización es un proceso social complejo que caracteriza las relaciones sociales que la población establece con determinados grupos de personas, siendo un manifiesto negativo de rechazo o señalamiento (Cedeño, 2019; López et al., 2008; Vázquez y Stolkiner, 2009). Este proceso implica asignar etiquetas negativas o estereotipadas a ciertos individuos o grupos, lo que puede resultar en la discriminación y exclusión de estas personas. Según Link et al. (2004, como se citó en Sanjuan, 2011), la estigmatización se desarrolla a través de diferentes pasos, como el etiquetado cognitivo (selección en función de características sociales específicas), la estereotipia (categorización acompañada de una representación simplificada, generalizada y negativa), la separación cognitiva (crecaión de dos grupos separados), las reacciones emocionales (normalmente de índole negativa), (devaluación o percepción negativa del grupo estigmatizado) y la discriminación (conductual).
La estigmatización está presente en la actualidad en nuestras sociedades y afecta a numerosas personas y colectivos en diferentes contextos. En este sentido, las personas con trastornos mentales son estigmatizadas y enfrentan el temor, la marginación y la exclusión (Chang et al., 2018). Es fundamental comprender este proceso para poder abordar adecuadamente los desafíos asociados con la estigmatización y promover la igualdad y la inclusión en la sociedad.
Por otro lado, mientras que la estigmatización hace referencia a un proceso social, el estigma se define como la etiqueta o categoría social desacreditante hacia un grupo de personas, con base en estereotipos, actitudes y creencias negativas, que acaban produciendo que los miembros que se adscriben a ese grupo sean discriminados, devaluados (considerados inferiores) y excluidos (Dovidio et al., 2000, como se citó en Sanjuan, 2011), afectando su percepción de sobre sí mismos y su aceptación en la sociedad (González et al., 2022). Goffman (1963), en su obra Stigma: Notes on the Management of Spoiled Identity, destaca cómo las personas con atributos estigmatizados enfrentan desafíos para gestionar sus identidades y navegar las percepciones sociales.
Entre los componentes del estigma, se encuentran los prejuicios, los cuales son juicios de valor anticipados generalmente negativos, y los estereotipos, definidos como la imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad, con carácter inmutable, con base en creencias, actitudes y percepciones populares, generalizadas y simplificadas sobre las características, rasgos, apariencia o comportamientos de grupos sociales específicos o de determinada clase de individuos (Chang et al., 2018; Julián et al., 2013). En este sentido, el estigma social se produce cuando la comunidad en la que se desarrolla el sujeto se comporta con prejuicios y estereotipos negativos hacia un grupo de personas (Tapia et al., 2015) y, en consecuencia, actúa discriminatoriamente hacia ellos. Estas actitudes estigmatizadoras pueden instalarse desde edades tempranas de la vida por medio del proceso de socialización.
En concordancia con lo anterior, el estigma no se limita sólo a percepciones individuales, sino que también involucra actitudes sociales y factores estructurales. El estigma estructural, arraigado en reglas, regulaciones y leyes, perpetúa la discriminación contra grupos marginados (Almeida y Sousa, 2022). Abordar el estigma requiere un enfoque integral que considere tanto las experiencias individuales como los contextos sociales más amplios. Las intervenciones dirigidas a reducir el estigma deben apuntar no solo a cambiar las actitudes individuales, sino también a transformar las prácticas y políticas institucionales (Hempel et al., 2021).
El estigma no es estático y puede variar según los diferentes contextos y poblaciones. La investigación ha demostrado que el género, la cultura y condiciones de salud específicas pueden influir en la experiencia del estigma (Shamos et al., 2009). Comprender la interseccionalidad del estigma, como el edadismo y la demencia, es crucial para desarrollar estrategias efectivas para combatir la discriminación y mejorar la calidad de vida de las personas afectadas (Bacsu et al., 2023).
Es importante aclarar que, si bien el estigma y la discriminación están relacionados, mientras que el estigma se centra en la percepción y etiquetado negativo, la discriminación implica un comportamiento activo de trato desigual basado en ese estigma (Barria et al., 2016; Bravo et al., 2022). De esta manera, la discriminación se refiere a la acción de tratar a alguien de manera desigual o injusta debido a su pertenencia a un grupo específico, como resultado de prejuicios y estereotipos. Considera toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que tiene como resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, en base a origen étnico, color de piel, género, discapacidades, etc. (Gobierno de México, 2015).
Ahora bien, en lo que respecta al estigma en salud mental, este se caracteriza por la aceptación acrítica de estereotipos y prejuicios hacia aquellos que viven con trastornos mentales (llamados despectivamente locos o enfermos), siendo causa para la marginación y estigmatización social (Chang et al., 2018; Saavedra y Murvatian, 2022). De acuerdo con Ochoa et al. (2011), la cantidad de información que nos rodea sobre psicología y trastornos mentales es tan grande como errónea y llena de mitos ya descartados. Las personas con problemas psicológicos deben enfrentarse a un doble problema: los efectos derivados de las propias dificultades psicológicas y los efectos del estigma. De esta manera, las patologías mentales y físicas suponen un impacto en la vida de los familiares, ellos también presentan prejuicios, quienes a su vez la reciben de la sociedad. Puede surgir vergüenza y culpabilidad, causando el aislamiento de la persona.
Diversos estudios han identificado estereotipos que suelen incluir información con respecto a la peligrosidad, debilidad e incapacidad por parte del paciente (Tapia et al., 2015). Entre estas, destacan que las personas con trastornos mentales son peligrosas, dependientes, débiles, raras, solitarias, suponen una carga para la sociedad, no pueden trabajar de cara a la gente, etc. (Reavley y Jorm, 2011, como se citó en Rodríguez y Antolín, 2020). Estos estereotipos, por consecuencia, hacen que las personas tengan que enfrentarse no solo a su trastorno, sino también al rechazo asociado, influyendo negativamente en la búsqueda de trabajo y de vivienda o en el mantenimiento de relaciones sociales con amigos o pareja. Dichas consecuencias comportan un empeoramiento de su situación y llevan a una desadaptación social, una baja autoestima, depresión y un aumento de la carga familiar (Chang et al., 2018).
El estigma supone una de las principales barreras para la detección precoz y la recuperación, ya que la vergüenza internalizada y el miedo al rechazo pueden llevar a ocultar los síntomas, negarse a pedir ayuda o seguir los tratamientos (Bacsu et al., 2023; Clement et al., 2015, como se citó en Rodríguez y Antolín, 2020; Almeida y Sousa, 2002), lo cual puede tener efectos perjudiciales en el bienestar de las personas con trastornos mentales (como el auto-rechazo) y en su acceso a servicios de salud (Zamora-Rondón et al., 2019). Además, el estigma puede ser percibido y experimentado por los usuarios de servicios de salud mental, influyendo en su proceso de recuperación (Geffner y Agrest, 2021).
En sí, el estigma en salud mental es un fenómeno complejo que afecta a las personas con trastornos mentales en diversos aspectos de sus vidas. Su comprensión y abordaje son fundamentales para promover la igualdad, la inclusión y el respeto hacia la diversidad en la sociedad.
Conocimiento en salud mental
El conocimiento en salud mental, según lo discutido por Chua et al. (2022) y Mansfield et al. (2020), constituye un elemento fundamental para promover el bienestar psicológico y abordar los desafíos relacionados con la salud mental. Esta comprensión no se limita simplemente a reconocer la presencia de trastornos mentales, sino que también implica la capacidad de entender la naturaleza y los síntomas específicos de estos trastornos. Además, el conocimiento en este campo incluye la habilidad para manejar y gestionar estos trastornos de manera efectiva, ya sea a través de estrategias de afrontamiento personal o mediante la búsqueda de ayuda profesional.
Asimismo, al profundizar en el concepto, se destaca la importancia de la prevención en salud mental (Santini et al., 2022). Esto implica no solo la capacidad de identificar factores de riesgo asociados con trastornos mentales, como el estrés crónico, la falta de apoyo social o los antecedentes familiares, sino también tomar medidas proactivas para mitigar estos riesgos y promover un entorno emocionalmente saludable.
Además, el conocimiento en salud mental implica estar al tanto de las intervenciones disponibles para abordar los trastornos mentales (Narita et al., 2021). Esto puede incluir terapias psicológicas, medicación psiquiátrica, programas de autocuidado, técnicas de mindfulness, entre otros recursos. La conciencia de estas opciones permite a las personas tomar decisiones informadas sobre su salud mental y buscar el tipo de ayuda que mejor se adapte a sus necesidades individuales.
De esta manera, el reconocimiento de la importancia de buscar ayuda profesional es un aspecto crucial del conocimiento en salud mental. A menudo, existe un estigma asociado con la salud mental que puede dificultar que las personas busquen ayuda cuando la necesitan. Sin embargo, comprender la importancia y la eficacia de la intervención profesional puede alentar a las personas a superar estas barreras y buscar el apoyo necesario para mejorar su bienestar emocional y psicológico. En este sentido, la relación entre el conocimiento de la salud mental y las actitudes hacia las enfermedades mentales es evidente, ya que un mayor conocimiento se asocia con actitudes más positivas (Jung y Kim, 2020).
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